sábado, 2 de septiembre de 2017

Hasta siempre, Mamá Angélica

Desde el año 2003, todos los 28 de agosto, se conmemora el aniversario de la Entrega del “Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. Un Informe que refleja la historia negra que le tocó vivir a nuestro país, entre los años 1980 al 2000. Época comúnmente conocida como “la época del terrorismo”.


La Comisión de la Verdad y Reconciliación, fue un grupo de trabajo creado durante el gobierno transitorio de Valentín Paniagua, y cuyo objetivo principal era el de “Recoger los testimonios de aquellas personas que durante el periodo de mayo de 1980 a noviembre del 2000 hayan sido víctimas del conflicto armado interno, independientemente quién fuera su agresor”. Son más de 69720 víctimas (entre desaparecidos y fallecidos) los que se registraron durante esos tres años de investigación, la misma CVR menciona que dicha cifra podía verse superada pues no lograron cubrir la totalidad del país y aún existen testimonios no relevados; el 70% de los mismo tenían como lengua materna otra que no fuera el español (principalmente quechua hablantes); el 86% de las víctimas provenían de zonas rurales o periurbanas (pobreza); los principales responsables de ésta masacre fueron: el Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso; El Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, El Estado (Ejército, Policía y otros) y los Grupos Para Militares (Colina, Rodrigo Franco).


Junto con el Informe Final, la Comisión de la Verdad y Reconciliación, recomienda al Estado implementar una serie de programas y normas que, de alguna u otra forma, contribuirían con la tan ansiada Reconciliación Nacional, Memoria y Cultura de Paz; pero claro, el costo de la implementación de dichos procesos, no sólo en términos económicos sino también en términos sociales, serían bastante altos.


Uno de esos altos costos, es precisamente el de la Memoria; nos cuesta aceptar que hechos tan desgarradores, como los que la CVR registra, fueron ciertos y cercanos a nosotros(as); nos cuesta aceptar que no sólo los grupos senderistas como el PCP-SL y MRTA, sino que el Estado también tuvo responsabilidad en los hechos; nos cuesta aceptar que la educación, economía, salud y lo social de ese entonces daban carta abierta a este tipo de rebeliones; nos cuesta aceptar que por mucho tiempo hemos sido doblegados por la delincuencia, por el temor, por las armas; nos cuesta aceptar que nuestras autoridades de ese entonces, lejos de buscar poner un alto al problema, buscaban protagonismos, quizás con la finalidad de poder tener mayores réditos políticos, que les permitan quedarse en el poder; nos cuesta aceptar, que esas “metodologías” de lucha contra el terrorismo eran, al mismo tiempo, nuevas formas de violación a los derechos humanos; nos cuesta aceptar que hemos vivido en medio de prejuicios y de estigmatizaciones y segregaciones entre el cholo, el negro, el serrano y el pituquito alucinado que no tenía idea de lo que pasaba a su alrededor.


Angélica Mendoza de Ascarza, mamá Angélica para los amigos; fue una de las tantas víctimas de ese periodo. Una mujer quechua hablante, a quien el 2 de julio de 1983, sin causa alguna, militares entraron a medianoche a su casa en la capital de Ayacucho, Huamanga, y se llevaron a su hijo Arquímedes, de 19 años, al Cuartel Cabitos, el principal centro clandestino de desaparición y tortura del Ejército, en la misma ciudad. Cuando preguntó por qué se lo llevaban, le respondieron: “mañana
tiene que ser testigo, solo por eso lo estamos llevando”. Le dijeron además que se lo devolverían en la puerta del cuartel.


“Mañana te lo devolveremos” le dijeron, mientras la golpeaban para que dejara de abrazar a su hijo; “mañana te lo devolveremos” le dijeron, mientras Arquímedes era subido a la tolva de la camioneta del ejército; “Mañana te lo devolveremos” le dijeron y nunca más se lo devolvieron. Desde ese entonces mamá Angélica, salió en la búsqueda de su hijo; fue al cuartel de Los Cabitos, en dónde se lo negaron y la golpearon; fue a la PIP (Policía de Investigación del Perú) y a la Guardia Republicana, pero no encontró.


En ese largo y triste caminar, se encontró con otras madres, esposas e hijas que también buscaban, sin obtener respuestas positivas, a sus familiares. En ese largo y triste caminar, encontró restos humanos, cabeza decapitadas, pedazos de cuerpo, ropas destrozadas; pero nunca encontró a su hijo. En ese largo y triste caminar, inició una batalla, que quizás en algún momento pudo haber parecido perdida, una batalla para que El Estado, le diga ¿dónde está su hijo? ¿qué hicieron con él? ¿por qué se lo llevaron? Pero, al mismo tiempo, en ese triste y largo caminar, en el que se encontró con otras mujeres, decidieron dar una luz de esperanza a aquellos(as) niños(as), huérfanos de ese periodo, comenzaron a atenderlos, inicialmente con comida y abrigo, y luego con el soporte necesario para la búsqueda de sus familiares; y es así como fundaron la ANFASEP (Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados y Desaparecidos del Perú).


Mamá Angélica, siguió buscando a Arquímedes, nunca desistió de sus misión, misión que le tomó 34 años para poder, de alguna u otra manera, encontrar un poco de Justicia. El 18 de agosto de éste año, en gallos y medianoche, se dio lectura de la sentencia del Caso de Los Cabitos, en donde sólo 2 de los 6 procesados fueron sentenciados, obviamente no es la “gran sentencia”, pero al menos es un paso para lograr justicia. Mamá Angélica estuvo allí, atenta a la lectura de la sentencia, no me imagino su rostro, pero por declaraciones posteriores, puedo deducir que su corazón encontró un poco de paz, pese a que aún no encontró a su hijo.


Mamá Angélica, lamentablemente, por esas cosas del destino falleció un 28 de agosto del 2017; fecha de conmemoración de un informe, del cual hoy poco o nada se dice. Mamá Angélica se nos fue, pero al mismo tiempo nos dejó una gran lección; que no importa el precio, no importa la edad (ella partió a sus 89 años), no importa la condición social, no importa el credo ni el sexo, pero, si hay que luchar por alcanzar la justicia, hay que luchar hasta alcanzarla.


Hasta siempre mamá Angélica, no te pude conocer en persona, pero sé que hoy por hoy, no sólo gozas de la presencia del Señor, sino que también estas disfrutando de la compañía de tu amada Arquímedes, 34 años han pasado y hoy tienes toda una eternidad para disfrutarlos y brindarle tu amor.


Simplemente KAJOVEPI

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