Hace un poco más de una semana, junto a una compañera de trabajo, visitamos, por razones de trabajo, una Institución Educativa de Moyobamba ciudad; allí, una larga cola de: algunos adolescente, padres y madres de familia (algunos acompañados junto a sus hijos e hijas); había quienes usaban bien sus mascarillas, pero otros no, es más, algunos niños ni siquiera las llevaban puestas; y qué decir del distanciamiento social, ello, era letra muerta.
Había, en la entrada, un
personal que, en teoría, debería tomar la temperatura a todo quien ingrese al
recinto, y digo en teoría pues, cuando nosotros llegamos, no nos dijo ni pío.
se encargaba de tomar la temperatura a quienes ingresaban al recinto, o al
menos, esa era su función, pero, cuando nosotros llegamos no nos dijo ni
pío.
Al principio, no sabía cuáles eran las razones por las cuales el colegio tenía a tanta gente dentro; luego, vimos que la mayoría llevaban en manos las famosas “carpetas de recuperación”, impresas y anilladas. Sí, esas asignaturas/cuestionarios, que se repartieron a inicios de año a los y las estudiantes que, por diversas razones, no pudieron llevar las clases del “Aprendo en Casa”; las mismas que deberían desarrollarlas y luego devolverlas para así, garantizar ser promovidos de grado, caso contrario, se aplazarían.
Mientras esperábamos nuestro
turno de atención, mi compañera me comentó que durante las vacaciones había
hecho un voluntariado virtual, para asesorar a 02 estudiantes con sus carpetas;
me emocionó saber ello, pero, luego me comentó las razones por las cuales estos
02 niños, fueron a recuperación. “Los chiquitos eran bueno, es decir, no
habían ido a recuperación porque no sabían, no; sino que, uno de ellos, no pudo
llevar las clases porque, en su casa, sólo tienen un celular y ellos eran
cuatro, y a veces el papá llevaba el celular al trabajo; el otro era porque el
celular que tenía, era de esos chanchitos”.
Entramos a nuestra cita, hicimos
lo que teníamos que hacer y, de pronto, tocamos el tema de la conectividad y
las clases y la propuesta de que el tema sea presencial y la incertidumbre que
ello generaba. Nuestra conversa cerró con una revelación que me asombró más “aquí
joven, aquí más del 40% de estudiantes han ido a recuperación, básicamente por
problemas de conectividad”.
Pensé muchos en aquellas
respuestas; pensé mucho en aquellos y aquellas estudiantes que, cuando los
contactaba para hacerles una encuesta o pedirles se conecten a un zoom, me
decían “no puedo”, “estoy trabajando”, “no tengo megas”, “no tengo señal”,
“está lloviendo” y cosas por el estilo; pensé en aquellos y aquellas
docentes que, cuando les llamaba o escribía me comentaban que estaban
preocupados porque uno de sus alumnos desistió de seguir estudiando o porque
simplemente uno de ellos no se conectó o no está enviando las tareas.
Hace, exactamente un año y
algunos días más, y sin que se inicie el año lectivo 2020, el MINEDU decidió
suspender “temporalmente” el servicio educativo presencial, como una forma de
contrarrestar la propagación del COVID19 y como una medida de bioseguridad para
los y las estudiantes. Nadie nos dijo que esta “temporalidad” duraría todo el
año lectivo 2020, y tampoco nos dijeron que se extendería al 2021. Simplemente
nos dijeron, vayan a casa, ya luego les diremos cómo haremos para que sus hijos
e hijas sigan estudiando, no se preocupen, que no van a perder el año.
Han pasado un año desde que se
declaró la pandemia mundial de la COVID19; un año desde que nos mandaron al
confinamiento; un año desde que hemos podido ver y vivir de cerca las falencias
y lo obsoleto que está nuestro servicio de salud, pero, también, el servicio
educativo; un año en que algunas de las empresas de telecomunicación privada,
antes que poner sus servicios a disposición del Estado para llegar a la mayor
población estudiantil posible, decidieron poner sus facturas por servicios de
transmisión; un año desde que nos prometieron tablets con conectividad
satelital y con cargadores solares, a fin de que nadie, sí, nadie deje
de estudiar, ya sabemos que las tablets recién están llegando.
Es preciso preguntarnos, en todo
este año ¿qué tanto hemos aprendido? ¿qué tanto hemos avanzado? ¿qué tanto
hemos hecho? Es cierto que la pandemia nos agarró desprevenidos y reveló lo
pobre de nuestros servicios; pero, también es cierto que la pandemia ya de por
sí nos dijo “te acompañaré un par de añitos más, así que, es mejor que
mejores y potencialices tus servicios”; y, sin embargo, vemos que no, que
esos servicios no se mejoraron y menos se repotenciaron, por el contrario,
hemos visto una serie de vicios, actos de corrupción y de aprovechamiento,
alrededor de ella.
En tanto la cartera de
Educación, ponga en orden sus ideas y planes; nuestros hijos e hijas están
destinados a pasar un nuevo año con la escuela en casa, con todo lo que ello
significa; y son conscientes que quizás, esos porcentajes de desertores
aumentarán conforme los días pasen; son conscientes, de que la brecha educativa
y digital se seguirá calando más la sociedad; son conscientes de que un estudiante
sin acceso a red puede vivir en la misma cuadra que otro que tiene todas las
facilidades del caso; son conscientes de que el servicio no es de calidad,
pero, lo peor, es que no hicieron nada por mejorarlo.