Amigos y amigas, no, no pienso
hablarles sobre la penúltima fiesta del año; tampoco es que esté buscando
trabajo para vestirme de aquel hombre de barba blanca y que llena de regalos a
los más pequeños de casa (aunque la barriga ya la tenga); es más, les aseguro
que en este espacio no encontrará usted, ni recetas para la cena, ni cábalas
para cuando el reloj de las 12; y mucho menos, les hablaré de la historia de
esa fecha y cómo es que su concepción ha ido cambiando con el transcurrir de
los años.
Hoy
me centraré a hablarles, a contarles, una anécdota de mi último viaje a la
capital. Resulta que hace algunos años, a inicio del 2018 para ser exactos, por
esas cosas de la vida, mientras me paseaba por los pasillos de un súper mercado
limeño, encontré un anaquel lleno de libros en promoción; yo, que recién estaba
iniciando con esta onda de darle más interés a la lectura (ya llevaba leyendo
varias obras narrativas, interesantes, románticas y de suspenso, pero cortas);
decidí pedir a mi esposa me regale uno de esos libros que estaba en promoción
-está bien- me dijo ella, entonces, tomé uno que se titulaba La Chica del
Tren, escrito por Paula Hawkins, cuando leí su contra carátula, con
las reseñas, me enamoré de ese libro de tal forma que sí o sí lo quería
conmigo, y, como mi esposa ya me había asegurado que me regalaría el que yo
escogiera, opté por éste.
Créanme
que desde que empecé a leerlo, me enamoré de este libro; una historia llena de
suspenso, de amores y desamores, de amantes, de risas, de investigaciones
policiales misteriosas, con narrativas bastante interesantes; en definitiva,
fue un gran regalo, no lo puedo negar. Cuando acabé de leerlo dijo -quiero más-
y, vi, en que la parte trasera del libro había una sugerencia de otra historia,
de la misma autora, se denominaba Escrito en el Agua; entonces dije si éste, que fue un libro que cogí sólo por las reseñas que decía la
contra carátula, fue bueno, imagino que éste otro también lo es.
Desde
ese momento empezó mi búsqueda por ese otro libro, cada que iba a Lima o que
tenía la oportunidad de encargárselo a alguien para que lo busque, lo hacía,
pero, no había resultado positivo en la misión; logré encontrarlo, sí, en la
página de una librería limeña, pero, no se permitía la compra online; también
lo encontré en un hotel en Tarapoto, de acceso a sus huéspedes, pero, no me lo
quisieron vender. Ya mis esperanzas de tomar ese libro, se estaban apagando.
De
pronto, recordé que tenía un viaje pendiente a la capital, destinaré un día a su búsqueda, me dije; y, para
suerte mía, justo un día antes de mi viaje, esta librería (de la cuál soy su
fan en Facebook) lo publica como un libro en promoción, promoción que acababa
el mismo día que llegaba a la capital. Me puse en contacto con algunos amigos
allí, para que vayan a verlo, me dijeron que sí podían ir a una de las sedes
cercanas a ellos, fueron, pero, no lo encontraron. Hice mi viaje, llegué a Lima
y en cuanto bajé del avión, en mi mente sólo tenía una misión, ir a una de las
sedes de esa cadena de librerías y empezar a buscar ese libro y, no parar hasta
encontrarlo, aunque ese signifique ir contra reloj; el taxi nos recogió y nos
llevó hasta el lugar donde nos quedaríamos los días del curso, cené lo más
rápido que pude, pedí permiso a los de guardianía y salí; seguía teniendo
suerte pues, el aplicativo de mapas, me indicaba que tenía una librería cerca,
a 20 minutos a pie para ser exactos, llegué a la librería y, aún estaba
abierta, me acerqué a una de las trabajadoras, pregunté por el libro de mis
sueños, lo vio en sus sistema y, me dio luz verde -sí, tenemos pero,
sólo nos queda uno y, está refundido en medio de todos esos libros de
promoción, si gusta, es allí donde debe buscarlo- fue hasta ese
anaquel desordenado y lleno de libros que no me interesaban, ella por su parte
se fue a verlo en su almacén, luego de un par de minutos de una desesperada
búsqueda, no había, el libro no estaba en ese anaquel y, cuando la trabajadora
salió, me informó que tampoco estaba allí, y que no podía dar luces de si ya se
vendió o no, porque su sistema se actualizaba cada “dos horas”; no saben, el
mundo casi se me viene encima, yo estaba allí, en medio de esa librería, casado
por el viaje y soportando un frío ridículo de esa fría, valga la redundancia,
ciudad; volví a anaquel ese, volví a buscar el libro, ordenaba y desordenaba
todas las demás obras pero, no, definitivamente ese libro no estaba allí, los
minutos pasaban y yo, yo no sabía que hacer.
-qué
mala suerte la mía- dije; no es posible que un libro así desaparezca; la verdad
es que sí era posible que se agote rápido, todo quien lo deseaba, esto según
los comentarios del fan Page. Los minutos pasaban y ya el local estaba apunto
de cerrar; de pronto, vi, a quien supuse, es el jefe de la tienda, me acerqué a
él y le dije:
-sabe, hay un libro que me interesa y lo tienen en promoción aquí,
según su sistema, ya lo busqué en el anaquel de promociones y no hay, y, su
compañera fue a verlo en el almacén, pero tampoco lo encuentra; dígame ¿cómo
puedo acceder a ese? -
Él,
volvió a ver su sistema y me dijo -efectivamente, tenemos uno
aquí, pero si ya lo buscó y no lo encuentra, entonces ya no hay; el detalle de
los libros de promociones es que es el cliente el que viene y busca, nosotros
no lo buscamos, no lo hacemos, porque sólo sacamos la mercadería-
- ¿otra sede dónde lo pueda encontrar? -
-la del Centro Cívico, pero, cierran a las 10-
mire
el reloj y erar las 9.50; imposible llegar en menos de 10 minutos.
Me
puse un poco terco, sí, terco como siempre, me atreví a decirle - ¿cree Ud. que es posible que al momento en que su compañera entró al
almacén no lo haya encontrado, talvez porque no buscó bien o porque se le pasó
en medio de taaantos libros?
-no lo creo- me respondió -pero, volveré a
buscarlo, aunque no le aseguro nada- continuó diciendo
-yo aquí lo espero- volví a responder
Los
minutos pasaron, fueron 5 minutos que me parecieron eternos, cuando de pronto,
volteo a ver que se abre la puerta del almacén y, era este sujeto, con el
libro, mi libro, en mano.
-aquí, aquí estoy- le dije desesperado, mientras me le
acercaba
Tomó
su lectora de códigos, acercó el código de barras y, vio que era el de la
oferta; no hizo otra cosa más que dármelo y decirme - ¡FELIZ NAVIDAD! -
Tomé el
libro, fui a caja, lo pagué, me aferré a él y salí de la librería, en dirección
a mi centro de reposo, con la sonrisa de oreja a oreja. Ahora, mi tarea es
leerlo, de hecho, que lo tomaré en cuanto termine de leer el que ahora tengo
entre manos.
En
estos días tuvimos una feria del libro en Moyobamba, hace algunos meses hubo
una en Tarapoto y probablemente alguna otra ciudad esté desarrollando otra en
estos días; leer, es bastante divertido, te lleva a lugares inimaginables y, te
demuestra que nosotros, los seres humanos, tenemos una capacidad infinita para
recrear todo aquello que leemos; nuestras mentes, han sido capaces de
emocionarse con el primer beso, de indignarse con una injusticia, de visionar
aquel encuentro sexual o de ser testigos de ese asesinato, de llorar en un
sepelio o de volar por entre las montañas; hemos viajado por el mundo entero y
por otras dimensiones, sin necesidad de visas o pasaportes; hemos asumido
papeles y les hemos dado diversas voces a cada uno de los personajes de las historias.
Es más, le aseguro que cuando escribo estas líneas, me lo imagino a usted
sentado en su banquita, allí en el puesto del mercado; o en su casa, o en su
oficina; me lo imagino leyendo estas líneas, imagino su voz y sus reacciones,
imagino sus respuestas a mis interrogantes y, todas esas conversas que se crean
en cuanto llegan al final de la columna.
¿sabe?,
si me deja darle un consejo, me atrevería a sugerirle que se meta en este
mundo, el mundo de los libros; leer no sólo le ayuda en su vocabulario, no sólo
lo educa, sino que también le puede hacer vivir cada aventura y créame, es
tiempo de ir por ellas.
Simplemente
KAJOVEPI