-me muero- Fue lo que le dije a Lita, a través del Messenger de Facebook, cuando
conversábamos sobre su hermana.
-no te mueras- me respondió ella de inmediato –porque si no ¿cómo la vuelves a ver?-
sentenció.
Resulta
que Lita (pseudónimo) y yo estábamos hablando de varios temas, y pues, uno de
los puntos de conversación fue su hermana. Rose, su hermana, es una amiga muy
querida, a quien lamentablemente no veo hace más de cuatro años y a quien
extraño un shunto. Justamente fue eso lo que le dije a Lita, que no veía a su
hermana hace mucho tiempo y que para volver a verla, probablemente tenía que
rezar arrodillado en maíz; ella, no sólo entendió mi sarcasmo, sino que me
acusó de ser un tanto exagerado con eso del maíz. Yo, insistente en el tema, le
decía que nuestras agendas (la de Rose y la mía) siempre se cruzaban y, que
cada vez que ella venía yo no estaba o, cuando estaba, no venía; entonces ella
me confirmó algo que sospechaba; -hace
poco estuvo aquí- me dijo; fue en ese momento que le hablé sobre mi
supuesta muerte, que no era otra cosa más que una reacción inmediata ante una
afirmación.
De
seguro que alguno de ustedes ha usado esta frase (me muero), frente a diversas
circunstancias; quizás la usaste cuando te enteraste de que tienes una examen
parcial de sorpresa, o cuando de pronto ves que tus calificaciones bajaron, o
cuando te encuentras con alguien en la calle, o cuando te enteras de algo, o
cuando algo no te sale bien, o te sale demasiado bien. Decir “me muero” es tan
fácil, como escribirlo; pero, demasiado complicado para pensar en ello.
Luego
de que Lita desautorizó mi muerte, argumentando que si lo hacía no tendría la
posibilidad de volver a ver a Rose, su hermana; continuó sermoneándome, y
firmemente me dijo;
-el morir, requiere toda una
preparación; reflexionar sobre lo que uno ha hecho en este paso terrenal;
verificar que no se tenga deudas emocionales, rencillas o alguna otra deuda, de
ser así, debemos buscar un equilibrio para ello, saldar las deudas. Luego, es necesario aceptar que ya no volveremos
a ver a las personas por un bien tiempo. También es necesario arreglar lo del
sepelio, para no dar carga a la familia; ya suficiente tienen con lo que nos
van a llorar y soportar a toda esa gente que llega al duelo para, volver a
preguntar sobre el difunto y ¿de qué murió? Una vez que ya todo ello esté
arreglado, ya puedes morir en paz-
Esa
fue una respuesta bastante lógica, acertada y bien argumentada; sin embargo, y
dado que no quería dar mi brazo a torcer, le dije que esto de programar tu muerte no es posible,
puesto que ella es impredecible. Entonces, ella volvió a cargar su retrocarga
de argumentos y volvió a disparar;
-no programas morir, es cierto;
pero, sí puedes dejar todo organizado. Existen seguros contra accidentes,
enfermedades y hasta para el sepelio. La muerte te anticipa, sabemos que vamos
a morir, aunque en muchos casos es una sorpresa; digo “sorpresa” porque algunos
ya saben que morirán, por palabras de un médico y, otros pues no lo saben y son
sorprendidos. Generalmente nos enseñan a vivir, muchas veces sin límites; pero,
a morir, a prepararse para ella, eso no nos enseñan; por eso la gente tiene
miedo morir-
Luego
de leer aquello, me volví a quedar absorto con la calidad y lógica de sus
respuestas y argumentos. Comprendí que no era posible darle la contra y, que lo
mejor era pensar un poco, o quizás bastante, en aquello que me dijo; eso del preparar nuestra muerte, del pensar en seguros, de saldar las deudas (emocionales y
económicas).
Hace
10 años, a las 00.05 horas de un 27 de febrero de 2009, mi abuelita paterna
Juana, dio sus últimos suspiros. Frente a ella estábamos mi tía, mi padre y yo;
yo no sé si ella, mi abuelita, era consciente de que estábamos a su lado, pero,
de un momento a otro, levantó sus manos, como quien despedirse, un quejido
corto y posteriormente pasó a la eternidad. En estos 10 años, he asistido a
muchos velorios, en algunos casos, era “necesario”; en otros, la noticia nos
cayó de sorpresa, gente que no teníamos ni idea de que morirían, estaban dentro
de ese traje de madera, previos a su último adiós.
A
inicios de la semana pasada, mi tía, quien estuvo con nosotros el día en que su
madre partió a la eternidad; se nos fue de un momento a otro. Todo fue
demasiado rápido, la mañana inició con una llamada telefónica que indicaba que
había sido ingresada de emergencia al hospital; luego, otra llamada alertaba de
una posible referencia a Tarapoto, por la gravedad del asunto; finalmente, una
tercera llamada, nos indicó que no resistió y que sus ojitos se habían cerrado
para siempre; no lo podía creer, simplemente no podía creerlo. Y es que a veces
la muerte, es así, totalmente sorpresiva.
El
día en que la llevaríamos a su morada final, recordé la conversación que tuve
con Lita; entonces, no hice otra cosa más que escribirle y decirle que la vida es súper curiosa, que hace días
hablábamos de la muerte y que ahora estaba a punto de ir a dejar a mi tía en el
cementerio; -así es la vida, muy curiosa-
fue lo que me respondió.
Mario Benedetti, en su publicación La Tregua dice <<…hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la
muerte y mirar enseguida el reloj…>>
De
manera que cada vez que veamos el reloj, es necesario pensar en esas deudas que
tenemos por saldar.
Simplemente
KAJOVEPI
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