Vaya forma de
acabar la semana; les contaré una anécdota de esas que, luego de leerla, estoy
seguro que no dejaran de reír, al menos los próximos cinco minutos.
Pero, antes
de continuar debo confesarles algo, he pensado mucho en ¿Qué podría escribir
esta semana?; sinceramente me he pasado días enteros pensando en si era o no
necesario retomar el tema de la corrupción y de todo lo que está saliendo “al
descubierto” con todos estos audios, que ahora no sólo son a nivel nacional,
sino que aparentemente también hay algo similar en Moyobamba. Pero, ¿para qué
darle más vuelta al asunto?, si lo que realmente conviene en este tema es una
reforma integral y total en todos los niveles y poderes del Estado, una reforma
que implique que todos(as) se vayan y que ingrese gente nueva.
En fin,
hablemos de los nuestro, de esa anécdota que me ha dejado lele y en el que he
involucrado a más de un personaje. Pues bien, a raíz del trabajo, que
actualmente desempeño, tengo como “socios” a un grupo de docentes de diferentes
instituciones educativas y localidades, con quienes trabajo temas de prevención
de Trata de Menores; resulta que el día sábado 21, a eso de las 6.50 de la
mañana, uno de los profesores con los que trabajo, escribe a mi whatsapp
indicando que su colega, el profesor “Juanito Juárez” (nombre ficticio), que
trabajaba con él en la misma institución educativa; acababa de fallecer, fue
una noticia bastante chocante y delicada, no lo podía creer.
Entonces me
puse a recordar el tiempo en que “Juanito” había dedicado al proyecto, sus
aportes al diseño de los materiales educativos, sus aportes como expositor en
algunas charlas y tantos otros momentos; escribí de inmediato a quien me dio la
noticia, lamentando la muerte de “Juanito” y comprometiéndome a ir un ratito al
velorio (luego de una actividad que tenía en una ciudad cercana); bajé a tomar
mi desayuno e indiqué a mi tío (conductor de la camioneta) que uno de los
profesores con los que trabajamos había fallecido; luego, en el desayuno, hice
lo mismo con mi compañera de oficina y con otras dos profesoras (que por cierto
conocían de cerca a Juanito, pues también estaban en el proyecto). Informé del
hecho a mi director, quien autorizó la adquisición de una ofrenda floral y
solicitó hacer una pequeña semblanza del profesor, para su posterior
publicación en nuestras redes sociales.
Nuestro
evento terminó, saneamos todo lo que teníamos que sanear y luego de ello fui a
la florería, compramos la ofrenda, le pusimos la dedicatoria (en memoria de “Juanito Juárez Velarde”) y todo y, nos
enrumbamos al velorio que, para nuestra suerte, quedaba de camino a Moyobamba.
Ya en el lugar de destino, empezamos a averiguar ¿dónde quedaba el velorio de “Juanito”?,
dinos algunas vueltas y, finalmente llegamos. Lo tentador es que llegamos justo
cuando se estaba repartiendo el café pero, antes de ir por la tentación, decidí
bajar de la camioneta (sin la ofrenda floral) e ir a cerciorarme si ese era el
velorio indicado o, estábamos en lugar equivocado (como hay tantos velorios tan
seguidos).
Aquí viene lo
curioso pues, al ingresar al velorio veía que algo no iba bien, había algo que
no me cuadraba; no había nadie conocido (otro docente del programa, ni la directora
de la Institución); buscaba saber ¿quiénes era los deudos? para poder expresar
el saludo institucional y nada. De pronto, me doy cuenta que, entre las
dedicatorias de los arreglos fúnebres, había otro apellido que, no coincidía
con el de “Juanito Juárez”, supuse que ese otro apellido era el de su esposa y,
que esa tarjeta estaba dedicada a la familia; sin embargo, cuando veo el banner
en la pared con la foto del fallecido, se me vino todo encima; ustedes ya se
imaginaran ¿qué pasó? la foto le pertenecía a un señor que nunca antes había
visto en mi vida; volví a mirar la foto y, en definitiva, era un desconocido.
Salí del salón, volví a llamar al profesor que me dio la noticia (con quien por
cierto estuve en comunicación todo el día) y le indiqué todo lo que había visto
y leído, y que yo tengo un arreglo floral en la camioneta, dirigida a otro
señor, al docente con el que hemos trabajado los últimos años pero, veo que
quien se está velando es otra persona.
Entonces, el
profesor me dice:
-
Karito,
quien ha fallecido es el profesor “Juanito Juárez Sandoval”, quien también era
profesor pero, en otro colegio; el profesor “Juanito Juárez”, el que trabaja
con nosotros en el grupo, el no, el sigue vivo.
No me quedó
otra que, retirar mi cartoncito de la ofrenda floral e ir (con mi compañera de
oficina) al velorio; llevando una ofrenda sin dedicatoria y sin conocer a nadie
y, dejarlo allí, en medio de tantas ofrendas, rogando de que nadie nos pida
explicación alguna porque no hubiese sabido ¿cómo responder?; salir del
velorio, sin poder degustar siquiera una tacita de café, subir a la camioneta y
alejarnos lo más rápido posible para, tomar el camino a Moyobamba, camino del
cual nunca me debí haber desviado.
Ahora ya sé
que para un próximo velorio, primero debo ir a ver bien la cara del muertito,
antes de comprar cualquier arreglo floral o algo parecido.
Simplemente KAJOVEPI
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