viernes, 12 de febrero de 2021

Abrázame muy fuerte

Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona
ha hecho estragos en mi gente como en mi persona
abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo
abrázame que el tiempo es oro si tú estás conmigo
abrázame fuerte, muy fuerte, más fuerte que nunca…

El divo de Juárez, Juan Gabriel.


La verdad es que no recuerdo muy bien cuándo es que fui por ultima vez al cementerio, creo, si más no me equivoco, que fue cuando acompañamos a una amiga a enterrar a su madre, pero, no estoy muy seguro de ello, no, la verdad que no.

En estos días y por esas cosas de la vida, visité, luego de mucho tiempo, el cementerio general de Moyobamba; el papá del hermano de mi papá había fallecido, y entonces, teníamos que hacernos presente.

Los entierros de ahora ya no son los mismos; ya no existe ese tiempo extendido de reflexión, en donde colocabas el cajón en una especie de altar y, frente a el, tenías a un coro improvisado de abuelitas, que te obligaba a cantar canciones un tanto angelicales; el tiempo de las meditaciones se acortó demasiado, apenas y se nos permite leer un pasaje bíblico y una oración; ya no hay espacio para los extensos discursos, ni mucho menos para los abrazos sentidos e incluso hipócritas. ¡No! ya no hay tiempo para ello, este maldito virus, nos ha quitado todo, incluso eso.

Y sí, fui al cementerio, a ese lugar tétrico y penoso; a ese lugar del que siempre hablo y del que digo no tengo miedo de visitar y hasta de quedarme, pero que, visitarlo no me genera tanta valentía como cuando hablo o escribo.

Recuerdo que cuando mi abuelita nos llevaba allí, ya sea para visitar a sus muertos o para enterrar a sus amigos y conocidos; una de las cosas que nos prohibía hacer era sentarnos o pisar las tumbas de quienes estaban bajo tierra; -¡levántate de allí muchacho insensato!- Nos gritaba de inmediato, -su alma del muertito te va a seguir en la noche- finalizaba su amenaza.

Pero, esta vez, poco o nada me importó esas advertencias; no sé, quizás no las consideré porque no había alguien a mi lado que me las recuerde cada rato; o porque quizás esa vocecilla suave y fuerte al mismo tiempo, ya no se escuchaba; ¡Sí! Juanita, te extraño, y te extraño demasiado, te extraño un shunto, y siempre reclamaré el que te hayas ido tan pronto.

Comprobé que ya no hay espacio; que los nichos se están acabando rápido; que los pequeños lotes de dos por dos, ya casi no quedan disponibles; que te entierran uno sobre otro; y que ya nadie les teme a los muertos. Que se roban sus lápidas, que dejan que sus flores o plantas se marchiten; que sus cruces, las de madera, se caen de a pedazos por el nivel de podredumbre; que incluso el sol, se burla de los recuerdos y flagela las gigantografías.

Allí estaba yo, en medio de gente un tanto desconocida y conocida al mismo tiempo; con mi KN95 como escudo protector, frente a tantos que no usan bien sus mascarillas; y mis dos metros de distancia, distancia que, a veces, es difícil mantener; evitando extender mi mano a quienes me saludaban y apenas a darles un puño; visité a don Simons Vela, a don Alvarado y, por casualidad, vi la tumba de don Anacho.  Al caminar, tanto para entrar como para salir, pasé por en medio de tantas tumbas que, ya ni recuerdo los otros nombres que pude ver.  

Pero, si tendría que arrepentirme de algo en esta última visita, es no haber visitado la tumba de mi Juanita; perdóname abuelita pero, tu sabes que cada vez que lo hago me pongo sentimental, que te fuiste hace más de 11 años y que aún lloro tu partida como si fuera ayer, y que pararme frente a tu tumba, hace que llore más; podría justificar mi indiferencia, diciéndote que ese día andaba sensible por un conversación que tuve en ese entierro, pero, sé que nada justifica mi atrevimiento de mirar tu tumba de lejitos.

Ahora, si en algo puedo alegrar tu memoria, te diré, que en cuanto salimos de Fonavi III (así es como llamabas al cementerio); fuimos a tu amiga, la chichera. No sé si te lo han contado, pero, ya no está en esa casa, ahora, se ha trasladado a unos tres metros más a la derecha; el sabor de su chicha sigue siendo el mismo de hace 20 años, en su punto; no recuerdo si en tus tiempos lo hacía, pero, ahora también vende dulcecitos regionales, y, tiene como guardián a un perro feo que parece no ser bravo, pero, que su mirada te asusta.

Abuelita, te visitaré pronto, te lo juro; mientras tanto, no dejes de visitarme en mis sueños, pero, sobre todo, no dejes de abrazarme, de abrazarme muy fuerte, muy fuerte, amor, mantente así a mi lado.

Simplemente KAJOVEPI

No hay comentarios:

Publicar un comentario