Recuerdo que
la primera vez que me fui a agarrar las famosas siquizapas (hormigas) fue hace
20 años, esa fue una experiencia inolvidable; mi prima, Juana Tejada, me embarcó
en esta aventura única, tomé mis recipientes, botas, un polo y un pantalón
viejo, y listo; salimos en búsqueda del caserón adecuado para atrapar a estas
condenadas que, en cuanto salen de sus hormigueros buscan volar con rumbo
desconocido, quizás porque saben que, si se dejan agarrar terminaran en
nuestros buchis.
Aquel día
salimos muy temprano, creo que ni almorzamos (algo raro en mi) y fuimos con
dirección a Indañe, por el viejo camino de los Chorros de Azungue, que ahora se
está aslfaltando, y, luego de caminar unos cuantos minutos, lo encontramos;
allí estaba el caserón, bastante elevado, grande, con varios huecos por
doquier, rodeado de pequeños arbustos; las manos nos faltaron, llenamos todos
nuestros recipientes, las risas no paraban y, los gritos desesperados, producto
de las picaduras de sus curuwinsis, tampoco.
Desde esa
fecha hasta ayer, 10 de noviembre, no he vuelto a salir detrás de un caserón
(salvo del que se encuentra, por el boulevard moyobambino); por tres simples y
sencillas razones: no tenía tiempo, ni con quien ir, ni tampoco sabía a dónde
ir. No es tan fácil como parece, no es que dices –oye, va a salir hormiga- y ya
te vas a cualquier hueco, no cho, no es así, medio especiales son estas
potoncitas, y si simplemente no quieren salir, no salen, aunque pandillees todo
el día y te sientes sobre una cama de curiwinsis, a lo mucho agarrarás guachos.
Entre los
meses de setiembre a diciembre de cada año, es común ver, luego de una tremenda
lluvia con truenos y relámpagos y en medio de un sol abrasador, a un sinnúmero
de gente dirigiéndose a las chacras; hombres y mujeres, adultos y niños, todos
y todas con sus botas, sus recipientes, sus machete, sus fiambre y sus ganas de
agarrar la mayor cantidad posible. Y es que ese manjar que la naturaleza nos
regala, es único en su especie (que pena por los que no gustan de él). Se dice
que las que salen de madrugada (que por cierto tienen una “estrellita” en la
cabecita) saben distintas a las que salen por la tarde; también es sabido que,
el 01 de noviembre, salen un shunto en el cementerio y sus alrededores pero
esas, esas no se comen, esas se dejan ahí para que los muertitos lo hagan,
después de todo, ellos(as) también son moyochos(as). Se dice, que no es lo
mismo ir al mercado y comprarlas a precios caprichosos, a que seas tú quien las
agarres, los tuestes y las degustes.
Así que, la
próxima vez que te digan “vamo a agarrar
hormiga”, no lo pienses dos veces; toma tus botas y ve, será una experiencia
única; y, si ya agarraste más de una vez, no importa, porque cada agarrada es
nueva, es una nueva experiencia y son nuevas hormigas. Disfrute de ese manjar
en tanto se pueda, deje de ponerle veneno a la hierba, deje de deforestar, no
sea angurriento y agarre costales llenos para ir a vender luego, no sea
mezquino con sus caserones, permita que otros entren a su chacra y puedan
agarrarlas tranquilos (ahora que si les juegan chueco, entonces mándelos a la
Ronda).
Que esa vieja
práctica, esa de ir en mancha, viejo, viejo, conversando, riendo, cuidándose el
uno del otro, sea una práctica saludable y que fortalezca relaciones; quien
sabe y entre hormigueada y hormigueada pensamos en un mejor futuro para
Moyobamba.
Simplemente
KAJOVEPI
No hay comentarios:
Publicar un comentario