martes, 13 de noviembre de 2018

Vamo a agarrar hormiga




Recuerdo que la primera vez que me fui a agarrar las famosas siquizapas (hormigas) fue hace 20 años, esa fue una experiencia inolvidable; mi prima, Juana Tejada, me embarcó en esta aventura única, tomé mis recipientes, botas, un polo y un pantalón viejo, y listo; salimos en búsqueda del caserón adecuado para atrapar a estas condenadas que, en cuanto salen de sus hormigueros buscan volar con rumbo desconocido, quizás porque saben que, si se dejan agarrar terminaran en nuestros buchis.

Aquel día salimos muy temprano, creo que ni almorzamos (algo raro en mi) y fuimos con dirección a Indañe, por el viejo camino de los Chorros de Azungue, que ahora se está aslfaltando, y, luego de caminar unos cuantos minutos, lo encontramos; allí estaba el caserón, bastante elevado, grande, con varios huecos por doquier, rodeado de pequeños arbustos; las manos nos faltaron, llenamos todos nuestros recipientes, las risas no paraban y, los gritos desesperados, producto de las picaduras de sus curuwinsis, tampoco.

Desde esa fecha hasta ayer, 10 de noviembre, no he vuelto a salir detrás de un caserón (salvo del que se encuentra, por el boulevard moyobambino); por tres simples y sencillas razones: no tenía tiempo, ni con quien ir, ni tampoco sabía a dónde ir. No es tan fácil como parece, no es que dices –oye, va a salir hormiga- y ya te vas a cualquier hueco, no cho, no es así, medio especiales son estas potoncitas, y si simplemente no quieren salir, no salen, aunque pandillees todo el día y te sientes sobre una cama de curiwinsis, a lo mucho agarrarás guachos.


Entre los meses de setiembre a diciembre de cada año, es común ver, luego de una tremenda lluvia con truenos y relámpagos y en medio de un sol abrasador, a un sinnúmero de gente dirigiéndose a las chacras; hombres y mujeres, adultos y niños, todos y todas con sus botas, sus recipientes, sus machete, sus fiambre y sus ganas de agarrar la mayor cantidad posible. Y es que ese manjar que la naturaleza nos regala, es único en su especie (que pena por los que no gustan de él). Se dice que las que salen de madrugada (que por cierto tienen una “estrellita” en la cabecita) saben distintas a las que salen por la tarde; también es sabido que, el 01 de noviembre, salen un shunto en el cementerio y sus alrededores pero esas, esas no se comen, esas se dejan ahí para que los muertitos lo hagan, después de todo, ellos(as) también son moyochos(as). Se dice, que no es lo mismo ir al mercado y comprarlas a precios caprichosos, a que seas tú quien las agarres, los tuestes y las degustes.

Así que, la próxima vez que te digan “vamo a agarrar hormiga”, no lo pienses dos veces; toma tus botas y ve, será una experiencia única; y, si ya agarraste más de una vez, no importa, porque cada agarrada es nueva, es una nueva experiencia y son nuevas hormigas. Disfrute de ese manjar en tanto se pueda, deje de ponerle veneno a la hierba, deje de deforestar, no sea angurriento y agarre costales llenos para ir a vender luego, no sea mezquino con sus caserones, permita que otros entren a su chacra y puedan agarrarlas tranquilos (ahora que si les juegan chueco, entonces mándelos a la Ronda).

Que esa vieja práctica, esa de ir en mancha, viejo, viejo, conversando, riendo, cuidándose el uno del otro, sea una práctica saludable y que fortalezca relaciones; quien sabe y entre hormigueada y hormigueada pensamos en un mejor futuro para Moyobamba.

Simplemente KAJOVEPI

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