No sé si ustedes, pero al menos
en mi caso, mi abuelita Juana y mi papá e incluso a veces también mi mamá, me
han dicho que cuando tenemos esas visitas ango
(creo que así se escribe), la manera más efectiva de hacer que se vayan
rápido es colocando una escoba detrás de la puerta. Una visita ango es aquella que
cuando llega, se instala y después ya no hay cuando se vaya; es una de esas
visitas que al principio puede ser sorpresiva, esperanzadora, o nada agradable;
pero que después se vuelve, por demás, molestosa
e irritable.
Considero que la mayoría de
nosotros, sino todos, tenemos una visita
en particular, que no queremos recibir por nada del mundo; es una visita
que según el contexto, bien le podemos tener miedo o bien la podemos andar
invocando, bien la podemos estar esperando o bien nos agarra desprevenidos; y,
no me refiero a personas de carne y hueso, no; sino que quiero referirme a la muerte, esperando que éste escrito no sea tapia.
En la columna de la semana
pasada, recordaba parte del discurso de Robin Williams, cuando protagonizó la película
sobre Patch Adams, discurso de quiero volver a recordar; <<… ¿qué hay de malo en la muerte?, señor ¿a qué le tenemos tanto
miedo? ¿Por qué no tratar la muerte con cierta humanidad, dignidad y decencia
y, Dios perdone, hasta con humor?...>>
La muerte es pues, esa visita
que tú no la quieres recibir pero que tampoco te pide permiso para entrar a
casa e instalarse, hacer lo que tiene que hacer y luego irse con un “hasta
pronto”, como si quisiéramos que vuelva. En otra de las columnas, que escribí
hace algunos meses, les comentaba como es que una de las hermanas de mi papá;
despertó, estuvo haciendo sus cosas y luego, de un momento a otro, pasó a la
eternidad. Hace algunas semanas, la muerte volvió a visitar nuestra familia y,
esta vez se apoderó de uno de los hermanos de mi mamá; así, de manera
sorpresiva y rápida, la muerte ya había decidido llevárselo con ella. En ambos
casos, no tuvimos oportunidad de decirnos adiós; y aunque tuvimos oportunidad
de compartir una comida o un traguito, jamás pensamos que ese sería el último;
sí, nos abrazamos y conversamos pero, de haber sabido que no nos volveríamos a
ver más, la conversa hubiese sido más larga y el abrazo más intenso.
Atreverme a hablar acerca de
todos los misterios que se encierran tras de ella; esto de descifrar si hay
vida después de la muerte; o si existe un cielo, un infierno y un purgatorio; o
si nuestros muertos terminan reencarnándose; o si simplemente allí, cuando nos
entierran, se acaba todo; son discusiones interesantes, sí, pero que no las
podemos abordar en la presente columna, porque, para ser sincero, cada quien
tiene un punto de vista distinto y muy bien argumentado; y, el café nos
quedaría corto.
Sin embargo, me atrevería, sí, a
preguntarles y a preguntarme ¿qué estoy
haciendo en mi día a día? ¿Cómo es que estoy llevando la vida? ¿La estoy
disfrutando? O ¿ya de plano soy un muerto viviente?; Si quisiera ser más
quisquilloso, preguntaría también ¿dónde
es que tienes tus esperanzas? ¿Dónde es que tienes tu fortuna?, esa que piensas
dejar como herencia, para ti ¿qué
significa la palabra “fortuna”?; cerrando este momento de introspección, me
atrevería, tal vez, a hacerte esa pregunta que me hicieran años atrás, en una
reunión de adolescentes, en la iglesia a la que asisto; si morirías mañana ¿cuál sería la frase que desearías que coloquen en
tu epitafio?
Sinceramente, mi intención aquí
no es la de darte fórmulas maravillosas de cómo, a lo Susy Díaz, vivir la vida; tampoco pretendo hablarte
de libertades, límites o libertinajes; créeme cuando te digo que, al final de
la columna, no recibirás invitación alguna para que asistas a una iglesia en
particular. Cómo lo dije líneas arriba, cada quien tiene un punto de vista
distinto que, podemos sentarnos a conversarlos y debatirlos, de manera respetuosa
y alturada, como los demás “civilizados”.
Pero, hay algo que sí me
atrevería a decirte, y a decirme también, es que muy al margen de todo, te invito a vivir tu día a día, como si fuera el último de
tu vida; sí, vamos, esmérate por dar lo mejor de ti, de tal forma que cuando
esa visita llegue (grata o no grata, esperada o inesperada) y quiera llevarte,
te dejes llevar, con la satisfacción de que diste siempre lo mejor de lo mejor;
que cuando estés en la eternidad, ni tú, ni tus familiares, ni tus amigos, ni
tus conocidos, ni nadie, se arrepientan de no haber hecho tal o cual cosa; y
que quienes queden, te guarden siempre en el recuerdo (bueno, malo, regular…),
que te recuerden, así hasta cuándo te olviden, y, cuando el último ser
viviente, cercano a ti (personas, animales o plantas) te hayan olvidado por
completo, cómo en la película Coco, entonces es ahí, cuando de verdad partiste.
<<…la muerte no es un enemigo…>>
D:
ResponderEliminarMuy buen texto
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