Hace algunos días se conmemoró el “Día Internacional de la Mujer”; sí, se conmemoró antes que celebrar, y no porque la “celebración” sea mala, sino porque la connotación de la fecha, es otra.
Muchos
eventos se dieron previo al 8 de marzo; tiene partida el 8 de marzo de 1857, fecha en la que cientos de mujeres trabajadoras
de una fábrica textil de Nueva York, salen a marchar en contra de sus bajos
salarios, que, comparado con el de sus compañeros varones, era por menos de la
mitad; dicha manifestación dejó un saldo de 120 mujeres muertas, debido a una
sangrienta intervención policial. Luego, se dieron otro tipo de eventos, todos
estos buscando la reivindicación de la mujer, hechos llenos de sangre y
victorias; hechos por los que la ONU, en 1975 oficializa el 08 de marzo, como
el “Día Internacional de la Mujer” [i].
Desde el
1857, las mujeres han salido a las calles a levantar su voz de protesta; esa
voz que pide a gritos que el patriarcado desaparezca, esa voz que exige una
sociedad más inclusiva, esa voz que reclama por sus derechos (partiendo por la
re dignificación de la mujer), esa voz que pide que ya no sean violadas o
acosadas, esa voz que pide que las calles les sean seguras; esa voz que te
exige que cuando llegue el 08 de marzo de cada año, no te preocupes por las
flores, el chocolate, los discursos absurdos o en dedicarles una cursi canción,
sino porque conmemores a las cientos de mujeres que han dado su vida por ellas
y, te unas a su lucha.
Paralelo a
ello, en el Perú, en especial para Moyobamba y posteriormente para Lamas, un
boom se estaba gestando allá en la capital. Annie Soper y Rodha Gould, dos inglesas jóvenes enfermeras, habían
asistido a un culto de acción de gracias, en donde conocieron a Rochelle Brown,
misionero y director del Anglo Peruvian Collage; éste personaje, luego de dar
su testimonio sobre su último viaje a la selva peruana, se presentó a dichas
jovencitas, a fin de invitarles a hacer misión en un pueblo, cuyo hospital se
encontraba cerrado por termas presupuestales (vaya coincidencia con nuestros
tiempos) y en donde la población moría a diario debido a problemas de salud,
expresadas en viruelas, fiebres, picaduras de víboras y otros males.[ii]
Ambas
misioneras no lo pensaron más, sentían que en efecto, esa invitación era una
respuesta a sus oraciones, Dios las estaba llamando a su ministerio. Así que,
tomaron sus cosas, aceptaron la invitación hecha y, en junio de 1922 iniciaron su viaje; un viaje que, inicialmente les
tomaría dos semanas pero, que debido a varios factores lo hicieron en cinco. En
el trayecto, pasaron por muchas peripecias, lluvias tormentosas, puentes
colgantes peligrosos, hambre, pasantes nada amigables. Finalmente, un 27 de
julio de 1922, a las 16 horas al fin llegaron a Moyobamba, nadie las esperaba,
nadie las conocía, nadie tenía idea del por qué ellas están allí; fueron a casa
de uno de sus guías y se instalaron, desde ese momento empezó su misión, una
misión nada fácil pero, que trajo consigo una serie de retos y gratificaciones
para ellas y; una revolución en salud, educación, atención a infantes así como
en la predicación del evangelio, para los pueblos de Moyobamba, Lamas y
alrededores.
Podemos
contar varias de sus anécdotas, pero, las resumiremos en decir que, desde que
“las gringas”, “las wiracuchas”, “las demonios en cuerpo de mujer” o “las
misioneras”, llegaron a Moyobamba la historia de este pueblo cambio
radicalmente. Empezaron con una clínica en casa, luego, el estado les dio la
potestad de re abrir y administrar el olvidado Hospital de Moyobamba; fundaron
un orfanato en Moyobamba, dedicada al cuidado de niños y niñas abandonados; y,
fundaron la primera iglesia evangélica de Moyobamba (es interesante que esta
iglesia haya sido fundada por dos mujeres; aunque hoy en día, el púlpito les ha
sido prohibido, oprimiendo así, el don evangelizador de muchas). Luego de 8
años de servicio en Moyobamba, la misión cambio de rumbo y, se fueron a Lamas.
En Lamas, el
servicio en salud, al igual que en Moyobamba, empezó de cero; iniciaron con una
clínica y luego pasaron a tener la administración del Hospital. Los niños y
niñas del orfanato de Moyobamba, fueron traídos a este lugar (debido a que
estaban enfermos) y, se fundó el Orfelinato de Lamas; con ellos(as) mismos(as)
se fundó la Escuela Británica, la misma que posteriormente pasó a convertirse
en un Instituto Bíblico; fundaron el Cementerio Evangélico y la Primera Iglesia
Evangélica de Lamas.
Rodha Gould
sirvió 35 años y Annie Soper 42 años; es cierto que durante ese tiempo, más
misioneros y misioneras se les unieron; pero, ellas fueron las que iniciaron la
misión. Su misión, no fue la más agradable que digamos; eran hostigadas por
autoridades políticas y religiosas (católicas), eran perseguidas, las quisieron
envenenar en más de una ocasión, los techos de paja que cubrían el cementerio
fueron incendiados en más de una ocasión; algunos de los pobladores se oponían
a que administren los hospitales o simplemente no les vendían sus productos de
pan llevar, entre otras cosas.
Así como fue
complicado; también tuvo sus momentos de “reconocimiento”;
partiendo por el hecho de que les confiaron la administración de ambos
hospitales, fueron llamadas a “entrenar” a las enfermeras que, en ese tiempo
brindaban servicio en la frontera Perú – Colombia, durante el conflicto entre
ambos países; el Congreso de la República, les concedió la Orden de la Gran
Cruz y, el gobierno de Gran Bretaña les dio una condecoración a nombre de su
Majestad la Reina Isabel II.
Ambas
mujeres, decidieron dejarlo todo,
decidieron dejar sus comodidades y su país, para venir a pueblos lejanos en
donde sirvieron por muchos años. Que ésta columna, no sólo sirva para hablar de
ellas, sino también para homenajearlas y conmemorarlas.
Simplemente
KAJOVEPI
[ii] Annie Soper & Rhoda Gourd “Las Misioneras”
(Waldemar Soria Rodríguez y Sadith Soria del Castillo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario