Ésta foto, es
probablemente, la mejor “prueba de benito”, digo “del delito”; de aquella gran
fiesta de cumpleaños, que me celebraran mis padres a inicios de los años 90 y
que yo siempre ando negando, y es que claro, es difícil recordar todo lo que te
pasó a tus cortos dos años pero, ahí están las fotos que te dirán con lujo de
detalles lo que había sucedido y que, imposible te engañen o lo niegues
siquiera.
En la foto,
que hoy me atreví a sacar del baúl de los recuerdos y exponerla así tan
libremente a las redes sociales, podrán apreciar a uno de los personajes que ha
marcado un hito en mi vida; sí, se trata de mi entrañable y siempre recordada
abuelita Juana Lastenia Sánchez Reátegui; de quien extraño: sus abrazos, sus
besos, sus consejos, sus historias, su hacha, sus machetes, su barranco, su
arroz calentado de las seis de la tarde con su café de olla y su platanito
asado; de quien considero partió muy rápido.
Muchas veces,
cuando nos toca describir aquellos momentos “indescriptibles” (que paradoja
¿no?), generalmente nos remontamos a momentos gratos, como cuando por primera
vez viste a tu hijo(a), como cuando diste tu primer beso enamorado, como cuando
realizaste tu primer viaje en avión, como cuando por fin conociste en vivo y en
directo a tu artista preferido… en mi caso, uno de esos momentos “indescriptibles”,
que me ha dejado una desazón y que irá conmigo hasta la muerte, fue
curiosamente, ver a mi abuelita, sí, a la mujer de la foto, dar sus últimos
suspiros de vida y dejar para siempre ésta vida, éste mundo, ésta tierra y a
mí; luego de más de 15 años de convivencia, ella, la mujer que muchas veces
cuido de mí cuando estaba enfermo, estaba agonizando en su cama, frente a mi
padre, mi tía y yo; de pronto vimos como dio tres suspiros, levantó sus manos y
se fue…
Y si bien es
cierto que aquel momento fue más que duro, desgraciadamente no supe cómo reaccionar;
quería llorar y no podía, quizás mi mente, recordando aquella estúpida frase de
que “los hombres machos, los que comemos tacacho, no lloran”, se bloqueó y por
ende bloqueó mis lágrimas, mi tristeza, mi llanto, mi desolación; y si acaso
lloré, la gente al verme pensó que no era real, que todo era armado y que sólo
buscaba un poco de atención.
¿Sabes
abuelita? Me lamento mucho el no haberte llorado en aquel momento; me lamento
mucho el no poder haber hecho nada para evitar que te vayas (aunque claro, qué
también que haga no había forma de detener ese destino); me lamento mucho el que
a veces no te haya visitado; me lamento mucho el que ahora no estés… ¿sabes
abuelita?, luego de tu irremediable partida, han pasado 8 años ya, no he dejado
de pensarte, no dejado de recordarte, no he dejado de llorarte; sí, te he
llorado mucho, te lloro ahora y te lloraré mañana…
Pero hoy, en
el marco de mis 29 años, sin intención alguna de dejar de llorarte, quiero
recordarte, y a través de éstas líneas, honrar tu memoria ¿sabes abuelita?, hoy
quiero recordar todas esas tardes en las que a las seis en punto, venías a la
cocina, prendías la tullpa, colocabas la sartén y a calentar ese arrocito del
almuerzo, mesclado con su guisito y sus frijolitos, luego parabas la tetera
para hervir el café y finalmente asabas tus platanitos verdes; he visitado un
sin número de lugares de comida pero, en ninguno de ellos (por muy casero que
sea) he encontrado algo similar a tan delicioso plato.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordar esas tardes de lluvias copiosas, en las que la
ropa no secaba y era necesario tener sol; entonces tomabas un par de sables que
colocabas en forma de cruz en medio de la huerta, todo con el fin de que la
lluvia pare, y cuando la veías acercar pues me mandabas a dibujar un sol, al
tiempo en el que tú, con esas frases singulares, soplabas a los cuatro vientos
para que la lluvia de vaya a otro lado. ¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar
las veces en las que cuando llegaba una gallina, o gallo, nuevo a casa;
entonces lo tomabas en tus manos, lo llevabas a la cocina y en ese humo de la
tullpa las curabas para que no dejaran la casa. ¿Sabes abuelita?, hoy quiero
recordar todas esas tardes en las que, con maíz en mano, llamabas a las
gallinas para que vayan a su gallinero (la hora de dormir les había llegado),
quiero recordar las veces en las que tomabas a las gallinas para palparlas y
ver si tenían huevos a punto de salir, quiero recordar cómo es que las hacías
ovar, quiero recordar los sin número de nacimientos que juntos vimos, quiero
recordar cómo nos robábamos algunos de esos huevos para freír y acompañar a ese
arrocito calentado.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordar aquellas tardes en las que bajábamos al
barranco, de al frente de la casa, con el fin de cosechar algunos plátanos,
guineos, huabas, mango, sacha chopes; o con el fin de recoger leña; o con el
fin de sembrar maíz o puspo poroto; o con el fin de enterrar a las mascotas. Quiero
recordar las veces en las que rajábamos leña, las veces en las que molíamos el
café o el maíz, las veces en las que me enseñabas a parchar mi ropa, las veces
en las que me enseñabas a lavarlas; las veces en que, cuando me veías sentado
en tu baúl, te ponías a contarme la historia de tus padres, la infancia de mi
padre y sus hermanos, tus aventuras en tus trabajos, tus penurias en la vida, y
siempre terminabas con la frase “si uno de esos hombres que hacen novelas,
escucharían mi historia, uf se haría millonarios conmigo”.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordar las veces en las que salíamos a comprar, las
veces en las que dormía en tu cuarto, las veces en las que íbamos a sembrar o
cosechar algo en mi casa por Shango. Hoy quiero recordar esa tu fe intacta, tu
forma de predicar el evangelio, tu catolicismo impregnado en tu ser (aunque
partiste dejando de practicarlo); quiero recordar esas noches de “novena”, las
veces en las que me pedías te traiga, de doña Iraida, a la Virgencita y luego
de velarla, me pedías la lleve a doña Carolina; quiero recordar las veces en
las que regabas la casa con “agua bendita”, las tardes en las que te encontraba
con “Rosario en mano”; las veces en las que te persignabas antes de salir de
casa o al llegar a la misma, la sábila colgada sobre la puerta de tu cuarto;
fuiste tú quien me enseñó a ser un tanto católico.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordar cómo es que me enseñaste la letra de “Doña Guillermina”;
hoy quiero recordar el Huayno que bailamos juntos, un día que regrese de la
escuela. Quiero recordar cómo es que reclamabas mi presencia, cuando no me veías
muy seguido en casa; quiero recordar tus manos llenas de alcanforado sobre mi
cabeza, cuando ésta me dolía; quiero recordar ese tu romerado, o tu agua de
lancetilla, o tu unto borracho, o tu manteca de gallina, o tus cáscaras de
plátano, o tu pan poregano.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordar cuando llegaba “San Juan” y entonces preparabas
tus juanes de gallina criolla, todos con señas (el amarrado, el que tiene
huesito, el echado, el parado, el doble nudo, el que tiene hoja en la punta…). Quiero
recordar cómo es que preparabas tu tacacho wira wira, cómo es que preparabas tu
misto (una mezcla de shuca culantro, orégano doble, azafrán, machados con
piedra, sobre un batán), tu chicha de higo, tu juane de chonta, tu arroz
baleado, tu poroto shirumbe; quiero recordar esos dulcecitos que traías de las
misas, o esa chicha de higo que tomábamos en la señora al frente del cementerio…
Son tantos,
pero tantos los recuerdos; pero, son tan pocos a veces, que pese a que, como
dije líneas arriba “tu hora había llegado”, y aun así siento que te fuiste muy
rápido y que nos faltaba otro shunto de cosas por vivir.
¿Sabes
abuelita?, hoy quiero recordarte…
Simplemente
KAJOVEPI
Una muy buena persona igual que su nieto!
ResponderEliminargracias por la consideración, mi estimado...
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