Debo
admitir que me he pasado horas, por no decir días, pensando en el “título”
adecuado o perfecto para este escrito, algo que refleje aquello que siento,
pienso y vivo; algo que encierre en una sola palabra o frase todo el concepto
de las siguiente líneas, y pues en medio
de tanto pensar nació esta frase “quiero mi café”; y aunque es muy probable que
no me guste del todo, pero me quedaré con ésta.
Corría
el año 2005 cuando, por obra y gracia de Dios, inicié mi vida de viajero, de
aventurero, con miedos al principio de cada travesía pero que al final siempre
disfruto de cada paso o viajecito que realizo, sea corto o largo; hasta ese
entonces lo único que conocía del café, en cuanto a su preparación, eran dos
estilos; uno al estilo Moyocho, es decir café molido, finito pero bien finito,
hervido en su tetera con su trozo de chancaca, a veces con sabor a velorio,
otras veces con sabor a tarde fría, visita especial o el de todos los días,
créanme que aunque la forma de preparación es la misma, la ocasión hace que
tenga un sabor distinto el uno del otro. El segundo, era al estilo Santarosino
(o de la costa), café molido con anís, granulado, lo suficiente como y para
colocarlo en una cafetera tradicional, primero un poco, aplastarlo bien, luego
una pequeña cantidad de agua caliente, que remoje esa capa y después un poco
más de café, aplastarlo bien nuevamente y finalmente echar agua caliente hasta
el ras de la cafetera y después dejar que éste pase gota a gota, con mucha
paciencia, para así lograr la mejor esencia de café.
Sin
embargo ese año, conocí la ciudad sede de los Starbucks, visité una de sus
cafeterías y salí fascinado, era todo un sueño, conocer al café en otras dimensiones,
otros sabores, otras mezclas y estilos de preparación, era todo un mundo
cafetalero, del cual estaba recién aprendiendo y empezando a querer. A mi
regreso a Moyobamba, tenía siempre esa sensación de encontrar, en mi ciudad
natal, un lugar igual o similar, que me permita gozar del café puro,
concentrado, con leche, con azúcar, con crema o moka; un lugar en donde de
gusto de tomarlo, ya sea que uno esté acompañado, solo, alegre, enamorado o
decepcionado. Por mucho tiempo busqué un espacio así pero no lo encontraba; sin
embargo en el año 2011 (si mal no recuerdo), la, hoy famosa, “Cafetería Betel”
decide abrir sus puertas, fue desde entonces que encontré lo que tanto andaba
buscando.
Ésta
cafetería se inició, como cualquier otro negocio; en un espacio pequeño, con
poco mobiliario y menaje, en un horario fijo, con poco o nada de personal, sólo
familiares, pero eso sí; con una gran y deliciosa carta de más de 35 variedades
de café, los tienes concentrados, con licor, calientes o helados, los tienes en
tazas grandes, pequeñas, gordas, flacas y con cada gustito con el que lo puedes
acompañar. Tal vez ello ha logrado el éxito de ésta cafetería; sin quitarle
crédito alguno al trato personalizado de Daniel Flores, su fundador y del resto
del personal que son todos muy nobles.
Desde
mi punto de vista, podría afirmar que ésta es una de esas pocas cafeterías, en
las cuales tú puedes conversar con su cocinero y así, cara a cara, decirle que
piensas de lo que te preparo o sugerirle algún nuevo producto; éste es uno de
esos pocos lugares en donde te conviertes en catador de sus nuevas
presentaciones, éste en uno de esos pocos espacios en los que te haces amigo
del fundador y a veces te bromea y le bromeas; ésta es una de esas pocas
cafeterías en donde el personal ya sabe tus gustos, ésta es una de esas pocas
cafeterías en donde tú, con todo el respeto del mundo, puedes tomar confianza
con la azafata quien ante un “gracias linda”, muy sonriente te responde “de
nada ñaño”… sí, el trato es horizontal y te dicen “ñaño” que es lo mismo que
decir: hermano, te dicen “masha” que es lo mismo que decir: amigo, te dicen
vuelve pronto, porque saben que lo harás.
Tomar
un café en Betel, cualquiera que sea, es agradable pero sobre todo
disfrutable; y aunque a veces, debido a la gran cantidad de público que tienen,
ya no encontrarás sus “bocatas”; sin embargo, siempre encontrarás sus ricas “galletitas”,
sobre todo las “choco chips” que son únicas.
Cuando
uno va a Betel, no sólo va a tomar un café, vas y te sientas a conversar con
gente que tal vez no veías desde hace mucho, vas y celebras un cumpleaños,
titulación, aniversario, contrato…, vas y hablas de política, de economía, de
la realidad nacional o local, vas y te sientas para que te aconsejen o para que
aconsejes, vas y enamoras o te enamoran; y aunque hasta la fecha no he visto ni
he sabido de que se haya realizado una “pedida de mano” (propuesta de
matrimonio), creo que hacerlo no sería mala idea, ya que el ambiente se presta
para el romanticismo y el detalle de ese memorable momento y Moyolandia podría
ser tu complice.
Es
de caballeros reconocer que, en este corto tiempo y pese a las adversidades, Betel
se ha convertido en la marca del café en Moyobamba; Betel, se ha convertido
para muchos, en un punto de encuentro para cualquier tipo de reunión, sea de
amigos, familia, negocios, conquista o desahogo; se ha convertido en el punto
obligatorio por el cual todo turista debe pasar; se ha convertido en ese
espacio en el cual uno se puede chocar con algún artista nacional o local,
congresista, autoridad nacional, regional, municipal o con grandes pintores
como “Machuca”, quien de vez en vez anda ambientándolo con nuevos cuadros,
cuadros que muchas veces ya han sido vendidos y-o se venden esa misma noche de
apertura de la muestra pictórica, y entonces tienes los cuadros sólo para
exhibición; señoras y señores Betel es eso y mucho más; y se espera que siga
así, mejorando en sus productos cada día.
Puede
que la canción clave y favorita de nuestro amigo Daniel Flores, sea “Ojala que
Llueva Café” de Juan Luis Guerra, pero estoy seguro que más de uno/una que
entre café y café ha encontrado el amor, estará dispuesto/dispuesta a repetir
la frase […juro por Dios que sólo fui por un café, pero te vi…] de la canción “Sólo
Quería un Café” de Ricardo Arjona.
Yo,
lo único que sé, es que al llegar a Betel, pediré voz en cuello “Quiero mi
café”
KAJOVEPI
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