miércoles, 15 de noviembre de 2017

¿Sabes abuelita?, Hoy quiero recordarte

Ésta foto, es probablemente, la mejor “prueba de benito”, digo “del delito”; de aquella gran fiesta de cumpleaños, que me celebraran mis padres a inicios de los años 90 y que yo siempre ando negando, y es que claro, es difícil recordar todo lo que te pasó a tus cortos dos años pero, ahí están las fotos que te dirán con lujo de detalles lo que había sucedido y que, imposible te engañen o lo niegues siquiera.

En la foto, que hoy me atreví a sacar del baúl de los recuerdos y exponerla así tan libremente a las redes sociales, podrán apreciar a uno de los personajes que ha marcado un hito en mi vida; sí, se trata de mi entrañable y siempre recordada abuelita Juana Lastenia Sánchez Reátegui; de quien extraño: sus abrazos, sus besos, sus consejos, sus historias, su hacha, sus machetes, su barranco, su arroz calentado de las seis de la tarde con su café de olla y su platanito asado; de quien considero partió muy rápido.

Muchas veces, cuando nos toca describir aquellos momentos “indescriptibles” (que paradoja ¿no?), generalmente nos remontamos a momentos gratos, como cuando por primera vez viste a tu hijo(a), como cuando diste tu primer beso enamorado, como cuando realizaste tu primer viaje en avión, como cuando por fin conociste en vivo y en directo a tu artista preferido… en mi caso, uno de esos momentos “indescriptibles”, que me ha dejado una desazón y que irá conmigo hasta la muerte, fue curiosamente, ver a mi abuelita, sí, a la mujer de la foto, dar sus últimos suspiros de vida y dejar para siempre ésta vida, éste mundo, ésta tierra y a mí; luego de más de 15 años de convivencia, ella, la mujer que muchas veces cuido de mí cuando estaba enfermo, estaba agonizando en su cama, frente a mi padre, mi tía y yo; de pronto vimos como dio tres suspiros, levantó sus manos y se fue…

Y si bien es cierto que aquel momento fue más que duro, desgraciadamente no supe cómo reaccionar; quería llorar y no podía, quizás mi mente, recordando aquella estúpida frase de que “los hombres machos, los que comemos tacacho, no lloran”, se bloqueó y por ende bloqueó mis lágrimas, mi tristeza, mi llanto, mi desolación; y si acaso lloré, la gente al verme pensó que no era real, que todo era armado y que sólo buscaba un poco de atención.

¿Sabes abuelita? Me lamento mucho el no haberte llorado en aquel momento; me lamento mucho el no poder haber hecho nada para evitar que te vayas (aunque claro, qué también que haga no había forma de detener ese destino); me lamento mucho el que a veces no te haya visitado; me lamento mucho el que ahora no estés… ¿sabes abuelita?, luego de tu irremediable partida, han pasado 8 años ya, no he dejado de pensarte, no dejado de recordarte, no he dejado de llorarte; sí, te he llorado mucho, te lloro ahora y te lloraré mañana…

Pero hoy, en el marco de mis 29 años, sin intención alguna de dejar de llorarte, quiero recordarte, y a través de éstas líneas, honrar tu memoria ¿sabes abuelita?, hoy quiero recordar todas esas tardes en las que a las seis en punto, venías a la cocina, prendías la tullpa, colocabas la sartén y a calentar ese arrocito del almuerzo, mesclado con su guisito y sus frijolitos, luego parabas la tetera para hervir el café y finalmente asabas tus platanitos verdes; he visitado un sin número de lugares de comida pero, en ninguno de ellos (por muy casero que sea) he encontrado algo similar a tan delicioso plato.

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar esas tardes de lluvias copiosas, en las que la ropa no secaba y era necesario tener sol; entonces tomabas un par de sables que colocabas en forma de cruz en medio de la huerta, todo con el fin de que la lluvia pare, y cuando la veías acercar pues me mandabas a dibujar un sol, al tiempo en el que tú, con esas frases singulares, soplabas a los cuatro vientos para que la lluvia de vaya a otro lado. ¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar las veces en las que cuando llegaba una gallina, o gallo, nuevo a casa; entonces lo tomabas en tus manos, lo llevabas a la cocina y en ese humo de la tullpa las curabas para que no dejaran la casa. ¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar todas esas tardes en las que, con maíz en mano, llamabas a las gallinas para que vayan a su gallinero (la hora de dormir les había llegado), quiero recordar las veces en las que tomabas a las gallinas para palparlas y ver si tenían huevos a punto de salir, quiero recordar cómo es que las hacías ovar, quiero recordar los sin número de nacimientos que juntos vimos, quiero recordar cómo nos robábamos algunos de esos huevos para freír y acompañar a ese arrocito calentado.

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar aquellas tardes en las que bajábamos al barranco, de al frente de la casa, con el fin de cosechar algunos plátanos, guineos, huabas, mango, sacha chopes; o con el fin de recoger leña; o con el fin de sembrar maíz o puspo poroto; o con el fin de enterrar a las mascotas. Quiero recordar las veces en las que rajábamos leña, las veces en las que molíamos el café o el maíz, las veces en las que me enseñabas a parchar mi ropa, las veces en las que me enseñabas a lavarlas; las veces en que, cuando me veías sentado en tu baúl, te ponías a contarme la historia de tus padres, la infancia de mi padre y sus hermanos, tus aventuras en tus trabajos, tus penurias en la vida, y siempre terminabas con la frase “si uno de esos hombres que hacen novelas, escucharían mi historia, uf se haría millonarios conmigo”.

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar las veces en las que salíamos a comprar, las veces en las que dormía en tu cuarto, las veces en las que íbamos a sembrar o cosechar algo en mi casa por Shango. Hoy quiero recordar esa tu fe intacta, tu forma de predicar el evangelio, tu catolicismo impregnado en tu ser (aunque partiste dejando de practicarlo); quiero recordar esas noches de “novena”, las veces en las que me pedías te traiga, de doña Iraida, a la Virgencita y luego de velarla, me pedías la lleve a doña Carolina; quiero recordar las veces en las que regabas la casa con “agua bendita”, las tardes en las que te encontraba con “Rosario en mano”; las veces en las que te persignabas antes de salir de casa o al llegar a la misma, la sábila colgada sobre la puerta de tu cuarto; fuiste tú quien me enseñó a ser un tanto católico.  

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar cómo es que me enseñaste la letra de “Doña Guillermina”; hoy quiero recordar el Huayno que bailamos juntos, un día que regrese de la escuela. Quiero recordar cómo es que reclamabas mi presencia, cuando no me veías muy seguido en casa; quiero recordar tus manos llenas de alcanforado sobre mi cabeza, cuando ésta me dolía; quiero recordar ese tu romerado, o tu agua de lancetilla, o tu unto borracho, o tu manteca de gallina, o tus cáscaras de plátano, o tu pan poregano.

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordar cuando llegaba “San Juan” y entonces preparabas tus juanes de gallina criolla, todos con señas (el amarrado, el que tiene huesito, el echado, el parado, el doble nudo, el que tiene hoja en la punta…). Quiero recordar cómo es que preparabas tu tacacho wira wira, cómo es que preparabas tu misto (una mezcla de shuca culantro, orégano doble, azafrán, machados con piedra, sobre un batán), tu chicha de higo, tu juane de chonta, tu arroz baleado, tu poroto shirumbe; quiero recordar esos dulcecitos que traías de las misas, o esa chicha de higo que tomábamos en la señora al frente del cementerio…

Son tantos, pero tantos los recuerdos; pero, son tan pocos a veces, que pese a que, como dije líneas arriba “tu hora había llegado”, y aun así siento que te fuiste muy rápido y que nos faltaba otro shunto de cosas por vivir.

¿Sabes abuelita?, hoy quiero recordarte…


Simplemente KAJOVEPI

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