lunes, 28 de mayo de 2018

Hueles a Pescado


Bien, como había anticipado la semana pasada, hoy me tomaré la molestia de poder escribir sobre un hecho lamentable que me ocurrió el pasado sábado 12 de mayo, previo al día de la madre.

Resulta que estaba regresando de Lima y, pues luego de hacer unas cuantas gestiones gastronómicas en Tarapoto, me dirigí a la agencia de autos San Martín para tomar la movilidad que me traería a Moyobamba (mi destino final); en ese momento vestía un polo blanco, short crema y unas hojotas, adicional a ello llevaba mi morralito de siempre, dos maletines, mi mochila con mi laptop y una bolsa de dulces (compradas en el aeropuerto en Lima). Una vez que llegué a la agencia, el llenador tomó mis cosas y las llevó a la cajuela del auto de turno, entonces me pidió que tomara mi lugar; como era el último en llegar pues, me tocó sentarme en la segunda fila, en el medio de los otros dos pasajeros. Fue allí cuando empezó el problema, pues desde el momento en que subí y me acomodé (puse mi mochila sobre mis piernas y sobre esta la bolsa de dulces), la pasajero que estaba a mi lado izquierdo, me miró y dijo:

Ella: Huele a pescado
Yo: (actué como si no escuché nada y pues me hice oídos sordos)
Ella: Señor ¿qué lleva allí? (indicando la bolsa) huele a pescado ¿Qué es? ¿Paiche?
Yo: Disculpe señora pero, ésta es una bolsa de dulces, no tengo pescado, no sé a lo que se refiere.
Ella: No, aquí huele a pescado, ish qué asco

El carro inició el recorrido y, mientras salía del estacionamiento la señora hizo gestos como de querer “vomitar”, debido a los olores nauseabundos que decía percibir; yo seguía como si nada pasaba. Ya cuando el carro ya estaba saliendo de la agencia, sentí que dicha pasajero botó con fuerza su cartera contra mí y, empezó a golpearme con su codo, entonces le dije:

Yo: Señora ¿Qué le pasa? ¿Por qué me golpea?, me está lastimando.
Ella: Sí pues, estoy poniendo mi bolso allí porque no quiero que mi brazo se choque con el tuyo

Una vez que escuché ello, inmediatamente pedí al conductor que detuviera el carro (ojo, recién estábamos saliendo de la agencia) porque me bajaría; en un primer momento el conductor no quería porque, el que me baje implicaba esperar a otra persona, y quiso “solapar” la situación diciendo: “no se preocupe señor, ya estamos saliendo”; el otro pasajero (el de mi lado derecho) me dijo: “avancemos ya, ahí nos vamos acomodando”. Yo por mi parte no quería entender razones, estaba siendo discriminado y agredido físicamente; por lo que exigí al conductor que se detenga de una buena vez y argumenté: “es que es simple, si yo estoy siendo molestia para la señora y, por ende no podemos viajar tranquilos, entonces me bajo”; y pues, aunque el conductor no quiso, accedió a mi pedido y entonces me bajé y, mientras me daba mis cosas atinó a decirme “Disculpe señor”.

Ese hecho, que definitivamente es lamentable, me trajo de inmediato a pensar un poco en aquellos y aquellas que día a día son discriminados, ya sea por su forma de pensar, hablar, vestirse, por el lugar de dónde provienen, por la profesión que tienen y otros factores más…

Muchas veces, hacemos “bromas” o comentarios sobre ciertas personas o ciertos grupos poblacionales, obviamente esas “bromas” traen como consecuencia la risa a carcajadas del público oyente pero ¿qué estamos diciendo allí? Es decir, estas bromas que hacemos ¿qué tan aceptadas son? ¿Son discriminadoras? ¿Ya no debemos hacer bromas?; volviendo a mi caso, imaginen ustedes que, en el hipotético caso de que, por razones de mi trajín de todo el día, yo hubiese estado emitiendo olores nada agradables ¿era esa la forma de hacérmelo saber?

Me traía la también la reflexión de ¿Cómo ello influye en el desarrollo de la sociedad? Pero, al mismo tiempo me ponía a pensar en la actitud de las otras dos personas, de aquellos de alguna manera “justificaban” el accionar de la señora diciendo “en el camino nos acomodamos”. ¿Tan normalizado está el tema? ¿Tan fácil es que alguien sea discriminado sin que la otra persona, el testigo, reprima esa actitud? ¿Por qué ello es tan común? ¿Podríamos decir que, en cierta medida, también somos discriminadores? ¿Hasta dónde va la valla del respeto?

Creo que las preguntas son muchas y el debate es largo y tendido, obtener “una solución” al tema va a ser, hasta cierto modo, más que complicado; siento que será complicado por razones de que mientras no aprendamos a respetarnos, tal cual somos y sin reparos, no vamos a lograrlo.

Simplemente KAJOVEPI



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