martes, 10 de septiembre de 2019

Visita ¿No grata? O ¿Inesperada?


No sé si ustedes, pero al menos en mi caso, mi abuelita Juana y mi papá e incluso a veces también mi mamá, me han dicho que cuando tenemos esas visitas ango (creo que así se escribe), la manera más efectiva de hacer que se vayan rápido es colocando una escoba detrás de la puerta. Una visita ango es aquella que cuando llega, se instala y después ya no hay cuando se vaya; es una de esas visitas que al principio puede ser sorpresiva, esperanzadora, o nada agradable; pero que después se vuelve, por demás, molestosa e irritable.

Considero que la mayoría de nosotros, sino todos, tenemos una visita en particular, que no queremos recibir por nada del mundo; es una visita que según el contexto, bien le podemos tener miedo o bien la podemos andar invocando, bien la podemos estar esperando o bien nos agarra desprevenidos; y, no me refiero a personas de carne y hueso, no; sino que quiero referirme a la muerte, esperando que éste escrito no sea tapia.

En la columna de la semana pasada, recordaba parte del discurso de Robin Williams, cuando protagonizó la película sobre Patch Adams, discurso de quiero volver a recordar; <<… ¿qué hay de malo en la muerte?, señor ¿a qué le tenemos tanto miedo? ¿Por qué no tratar la muerte con cierta humanidad, dignidad y decencia y, Dios perdone, hasta con humor?...>>

La muerte es pues, esa visita que tú no la quieres recibir pero que tampoco te pide permiso para entrar a casa e instalarse, hacer lo que tiene que hacer y luego irse con un “hasta pronto”, como si quisiéramos que vuelva. En otra de las columnas, que escribí hace algunos meses, les comentaba como es que una de las hermanas de mi papá; despertó, estuvo haciendo sus cosas y luego, de un momento a otro, pasó a la eternidad. Hace algunas semanas, la muerte volvió a visitar nuestra familia y, esta vez se apoderó de uno de los hermanos de mi mamá; así, de manera sorpresiva y rápida, la muerte ya había decidido llevárselo con ella. En ambos casos, no tuvimos oportunidad de decirnos adiós; y aunque tuvimos oportunidad de compartir una comida o un traguito, jamás pensamos que ese sería el último; sí, nos abrazamos y conversamos pero, de haber sabido que no nos volveríamos a ver más, la conversa hubiese sido más larga y el abrazo más intenso.

Atreverme a hablar acerca de todos los misterios que se encierran tras de ella; esto de descifrar si hay vida después de la muerte; o si existe un cielo, un infierno y un purgatorio; o si nuestros muertos terminan reencarnándose; o si simplemente allí, cuando nos entierran, se acaba todo; son discusiones interesantes, sí, pero que no las podemos abordar en la presente columna, porque, para ser sincero, cada quien tiene un punto de vista distinto y muy bien argumentado; y, el café nos quedaría corto.

Sin embargo, me atrevería, sí, a preguntarles y a preguntarme ¿qué estoy haciendo en mi día a día? ¿Cómo es que estoy llevando la vida? ¿La estoy disfrutando? O ¿ya de plano soy un muerto viviente?; Si quisiera ser más quisquilloso, preguntaría también ¿dónde es que tienes tus esperanzas? ¿Dónde es que tienes tu fortuna?, esa que piensas dejar como herencia, para ti ¿qué significa la palabra “fortuna”?; cerrando este momento de introspección, me atrevería, tal vez, a hacerte esa pregunta que me hicieran años atrás, en una reunión de adolescentes, en la iglesia a la que asisto; si morirías mañana ¿cuál sería la frase que desearías que coloquen en tu epitafio?

Sinceramente, mi intención aquí no es la de darte fórmulas maravillosas de cómo, a lo Susy Díaz, vivir la vida; tampoco pretendo hablarte de libertades, límites o libertinajes; créeme cuando te digo que, al final de la columna, no recibirás invitación alguna para que asistas a una iglesia en particular. Cómo lo dije líneas arriba, cada quien tiene un punto de vista distinto que, podemos sentarnos a conversarlos y debatirlos, de manera respetuosa y alturada, como los demás “civilizados”.

Pero, hay algo que sí me atrevería a decirte, y a decirme también, es que muy al margen de todo, te invito a vivir tu día a día, como si fuera el último de tu vida; sí, vamos, esmérate por dar lo mejor de ti, de tal forma que cuando esa visita llegue (grata o no grata, esperada o inesperada) y quiera llevarte, te dejes llevar, con la satisfacción de que diste siempre lo mejor de lo mejor; que cuando estés en la eternidad, ni tú, ni tus familiares, ni tus amigos, ni tus conocidos, ni nadie, se arrepientan de no haber hecho tal o cual cosa; y que quienes queden, te guarden siempre en el recuerdo (bueno, malo, regular…), que te recuerden, así hasta cuándo te olviden, y, cuando el último ser viviente, cercano a ti (personas, animales o plantas) te hayan olvidado por completo, cómo en la película Coco, entonces es ahí, cuando de verdad partiste.

<<…la muerte no es un enemigo…>>

Simplemente KAJOVEPI

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