Según la
enciclopedia virtual www.wikipedia.org.es; el cantautor,
compositor, productor y escritor español José
Luis Perales, realizó una gira por Argentina a inicios de la década de
1980, lugar en dónde conoció algunas “Aldeas Infantiles SOS” y pudo ser testigo
de la incansable labor que desarrollaban varias mujeres, quienes tenían bajo
custodia a un grupo de niños y niñas que, por diferentes circunstancias,
provenían de la marginación y el desamparo. Cuando José Luis Perales se regresó
a España, se contactó con el presidente de ésta organización, Juan Belda, a fin
de saber un poco más sobre la historia de las aldeas, pero sobre todo, a fin de
ver las posibilidades de colaborar con ellas. Belda, al ver el interés de
Perales, no sólo le explicó sobre la labor y función de las aldeas, sino que
también lo motivó a componer una canción que las promueva; es así que nació
éste clásico “Que Canten los Niños”, que se incluyó en el álbum “Con el Paso
del Tiempo”; y cuyos derechos de autor, han sido cedidos a dicha organización.
Parte de la letra de este clásico musical y que hoy es necesario recordar y
hacerla nuestra, dice lo siguiente:
“…que canten los
niños | Que viven en paz | Y aquellos que sufren dolor, | Que canten por esos que no cantaran | Porque han apagado su voz…”
Durante estos
últimos días nos hemos indignado, lamentado y frustrado al mismo tiempo; cuando
hemos escuchado la lamentable noticia de Jimenita; la niña de once años que fue
atropellada (por la bicicleta de su victimario), secuestrada, violada, estrangulada
y calcinada por, su asesino confeso, César Alva Mendoza, “El monstruo de la
bicicleta”.
Frente a
noticias como estas ¿Quién no se indignaría? Creo que todos; pero al mismo
tiempo, se refleja la otra parte de nuestro ser, el de querer hacer justicia, y
nos hemos convertido en jueces y hemos dictado varios tipos de sentencia para este
sujeto; sentencias que van desde la cadena perpetua, la castración química y
otros, hasta la pena de muerte. Ésta última propuesta de sentencia, la pena de
muerte, es la que ha levantado un sinnúmero de debates en los que hemos
encontrado posturas tanto a favor, como en contra, y hay todavía un voto
indeciso sobre el particular.
Las
alarmantes cifras que tenemos, no hacen otra cosa más que alimentar el debate
en cuestión. Según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables y el
Poder Judicial, a diario 16 niñas y adolescentes son víctimas de violación
sexual; el 90% de las denuncias de Violación Sexual quedan impunes. A su vez,
según el Programa de Investigaciones Criminológicas y Análisis Prospectivo,
revela que entre los años 2013 al 2017 del total de casos de violación sexual,
el 76% de los mismos eran menores de edad; el 60% tenían entre 13 y 17 años; y
el 40 % de los victimarios era un familiar (tío, padrastro, padre, abuelo,
otros).
Es probable
que la discusión sobre el tema, tenga cierta repercusión por un par de semanas
más y luego, como general y lamentablemente ha pasado, se quede en el olvido y
no vuelva a salir hasta que, un hecho tan repudiable y lamentable, como este,
vuelva a los noticieros. Más allá de dar mi punto de vista (a favor o en
contra) sobre la pena de muerte; me atrevo a preguntarme dos cosas: 1. ¿Qué
garantías tenemos, de que al aplicar dicha sanción, los casos de violación
sexual disminuyan? | 2. En un país
como Perú, en dónde los temas de corrupción están a flor de piel, ¿Cómo
asegurar si la persona sentenciada es realmente culpable?; sobre este último
punto, recordemos que en varias ocasiones hemos escuchado noticias de casos
probados, en dónde el victimario o fue absuelto, o se le proporcionó un pena
leve.
Considero
que, una de las acciones que podríamos ir implementado por ahora, en tanto se
decida los marcos normativos para la implementación de penas sobre éste delito;
es empezar a trabajar con los victimarios. Hace algunos días conversaba con uno
de mis cuñados sobre el tema de violencia familiar y le decía lo mismo; una de
las claves es trabajar con el victimario, desarrollar un verdadero trabajo de
sensibilización, de acompañamiento psicológico y social para su reinserción en
la comunidad; si esto no se trabaja y sólo se le da una sanción “leve”, lo que
va a pasar es que, al cumplir su condena y salga en libertad, es probable que
vuelva a cometer el mismo delito o quizás algo peor. En el caso de Jimenita,
por ejemplo, su asesino ya tenía dos denuncias por temas de “violación sexual”,
adicional a ello se reporta que tenía problemas con las drogas. Se imaginan
¿Qué hubiese pasado, si en la primera denuncia se hubiesen tomado las cartas en
el asunto? En definitiva que Jimenita seguiría con nosotros.
Otro de los
puntos que debemos de trabajar, es el tema educacional formativo; sabemos que
la educación viene de casa, entonces, es en casa en donde comienza esta
formación. Es en casa, en donde debemos aprender a enseñar a nuestros hijos e
hijas que sus cuerpos son valiosos y que nadie más –sólo ellos/as, sus padres o
el médico (para éste último caso, previo consentimiento y siempre y cuando sea
necesario)- puede tocar sus cuerpos. Usted tiene que aprender a hablar con su
hijo o hija, sin tabúes y sin reparos, temas como: los órganos sexuales, sobre
sus cambios fisiológicos, sus genitales, “sus partes privadas” (como dice mi
hija), todo ello según su edad. Es en casa, y según estudios afirman que, a
partir de los dos años de nacido; nosotros los padres debemos evitar cambiarnos
de ropa o exponernos desnudos/as delante de nuestros/as hijos/as, ya que lo
tomarán como algo normal y, ello contribuye a que el niño no pueda identificar
a tiempo situaciones de riesgo. Es en casa, en dónde debemos enseñar a nuestros
hijos/as que no sólo NO deben hablar y confiar en desconocidos, sino que
también deben identificar conocidos o principales aliados a quienes, frente a
una situación de peligro, puedan pedir ayuda a tiempo. Es en casa, en dónde
debemos enseñar que tanto hombres y mujeres tienen los mismos derechos y
responsabilidades; la no objetualización de la mujer, parte de la casa.
A nivel de
Estado, no basta con que se indignen u propongan leyes, según la temporada; es
necesario que esa indignación se refleje en acciones concretas, como la
designación de presupuestos para el trabajo de prevención, atención,
acompañamiento y reinserción. Un mayor compromiso para un rápido actuar frente
a una denuncia (caso de policía, jueces, fiscales, rondas campesinas y otros). Un
mayor compromiso para que la Justicia no sea ciega y leve frente a las
denuncias de violación sexual, vale decir, que no queden impunes. Un mayor
compromiso en temas de seguridad, educación y salud. Una mayor sensibilidad,
para aprender a verlos como “sujetos de derecho”. Por mucho tiempo hemos
pronunciado esa trillada frase “los niños son el futuro del país”; pero, no nos
hemos dado cuenta de que en realidad son “el presente”; un presente que si no
se les atiende, escucha, respeta y valora por lo que son, tendrán un futuro
lleno de zozobra y caótico.
Para cerrar
la columna de hoy, me remito a parte de la letra de la canción con la que
inicié éste escrito “…Que canten por esos que no cantaran | Porque han apagado
su voz…” ¿Estás dispuesto a cantar por ellos/as?
Simplemente
KAJOVEPI
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